Intersinestesia
Alejandra Martínez y Natalia Andrade
2043
Dos redes, internet y el micelio, se tocan; ocurre la intersinestesia. Miles de formas se disuelven en su cuerpo, rozan lo imposible. Una iluminación: el experimento está experimentando. Observa los olores de esa síntesis desentonada entre hifas, esporas, filamentos y el chirriante sonido de la columna vertebral de internet, de sus protocolos. Al son de esa instantánea reunión, escaramuzas micélicas se desvanecen por el amargo hedor de los datos.
Percibe torrentes colores en medio de la putrefacción; tornasoladas hifas punzan los poros de su piel y transitan por infinitos canales de datos. En sus entrañas, bogan en esa impensable emulsión de lo natural y lo sintético. Es la erupción de la alquimia en sinestesia de dos portales, de dos mundos que se han abierto camino entre la envoltura de su piel y los recuerdos de su cuerpo, de su mente.
¿Cómo se siente el dolor molecular de cada célula que repugna en su cuerpo, ahora colonizadas por miles de bits atómicos que tratan de comunicarse caóticamente con la naturaleza desde las redes de internet? ¿a qué saben los músculos de un ser ciborg que expresan la atracción de la mezcla entre rizomas, redes informáticas y espíritus de la naturaleza?
Ante el reclamo de una infinita masa de hifas ramificadas que buscan un lugar, la soberanía sobre su cuerpo se transmuta en un físico y metafísico misterio. Le habita la sorpresiva impresión de la nano tempo metamorfosis. Segundos y movimientos casi inapreciables le bastaban para una nueva e inagotable alteración.
Su cuerpo, que apenas empieza a metabolizar toda esta transformación, se sobrecoge ante la experiencia fisiológica de los sentidos; fluye y se fusiona continuamente con cientos de megas cargadas de datos de quien no conoce. Una lluvia inagotable de unos y ceros repite de forma programada una especie de intoxicación que logra paliar por zeptosegundos cuando estrepitosas estructuras químicas truenan para conjurar la fantasía.
Las claves de seguridad de los misiles más potentes del planeta juguetean radiantes entre sus células con el ADN de plantas, especies animales, duendes y duendecillas. Kimera entiende su lenguaje. Los algoritmos de la partícula de Dios saltan sobre datos filológicos. La reciente memoria de sus sentipensantes cadenas moleculares procesan reveladoras líneas de conversaciones no conocidas sobre fenómenos, modelos y teorías subatómicas que en alguna época cambiaron el modelo estándar de la física; de la comprensión de la vida tal cual la conocíamos.
En el centro de este elixir, ¡un apagón! Las partes atávicas del cerebro de Kimera se desconectan ante el reclamo que el micelio hace a la máquina mientras intenta dominarla. Todo ocurre en la cuna de su vieja anatomía ciborg: un chip implantado en su cerebro. Le habla a su cadáver cibernético; no soporta la probabilidad de convivir con vestigios sintéticos.
Los sistemas informáticos en el Laboratorio principal del Grupo de Bioingeniería Ciborg de Industrias Sustentables S.A.S. se sobrecargan.
— Todas las muestras están aquí, muertas, menos la número 25.
— ¿Quién es?
— ¿25 pudo haber sobrevivido?
— Hay que encontrarle y diagnosticar su estado.
— O hallar su cuerpo, si es que murió fuera.
— Debemos activar los protocolos de búsqueda.
El comité científico inicia una avanzada para recorrer de extremo a extremo este templo dedicado a conquistar nuevas conexiones a internet a través de experimentos neuronales.
— ¡No importa si vive o muere!, ¡necesitamos su cerebro antes de que deje de funcionar!
— Busquen su archivo, pongan su fotografía en las estaciones de policía cercanas, pregunten a los bomberos, investiguen en los servicios de salud; que le pregunten a cada persona que habita estas montañas.
— Si todavía vive, es peligroso que esté por ahí, menos si desconocemos si fue el origen del apagón.
— Su cuerpo o su mente pueden ser la clave de lo que acaba de pasar.
— Es necesario activar las redes, hay que sincronizarlas a través de la computadora central con Google Earth. Conectarlas con todas las cámaras públicas y privadas que estén en línea.
— Debemos hacer grupos que se desplieguen en la región.
Los aviones se caen y los trenes se descarrilan. Los accidentes de tránsito, incontables. Las luces se funden en las ciudades: Internet se apagó. El mundo entero y su habitual neurosis se desconectaron. La vitalidad de las esperanzas y los sentidos deseos están en corto.
Kimera busca resguardo, se oculta entre las montañas después de escapar.
La rutinaria comprensión sensible del universo está en pausa. Por primera vez desde su invención, internet y los grandes procesadores están fuera de línea: no hay nada que ver en las pantallas. La naciente intersinestecia germina el apagón y el final de aquellas muestras; como si su cobro fuera robarles cualquier luz y llevárselas.
Mientras todo parece en silencio allá afuera, un ruido blanco desplaza el vilo del vacío que dejó la luz. Los algoritmos de la red se plagan de bullosas metamicorrizas para sellar una nueva forma de control. Ahora solo existe una única red administrada por la gran conciencia colectiva del micelio.
La dosis de ARX-KONEX-10N que le fue administrada era lo que Kimera necesitaba para gestar la semilla que abriera al mundo el camino entre lo místico y lo científico, para inaugurar el intempestivo viaje.
Internet no murió, fue digerido por el micelio y será regurgitado entre los seres humanos como la comunión de un blasfemo sacramento que redima a la red y a la humanidad. “Un híbrido purificado”.
*
2044
Kimera saborea el fragor del vuelo de los pájaros, se rinde por el dulce ruido del vapor que exhalaba de su cuerpo como consecuencia del trapicheo entre las constantes colonizaciones de los bits a sus estructuras celulares. Toca el espejo de los cristales que el rocío irriga como bienvenida a largos amaneceres que pasaban entre montañas. Cada vez es más natural aquella posibilidad de comprender el mundo desde otra perspectiva.
En el corazón de esa íntima relación entre el mundo sintético y natural, sus poros y la capa más externa de su dermis, liberaban cientos de esporas para integrarlo todo a la conciencia colectiva del micelio. Con un nuevo cosmos despertando tras los pasos de Kimera, los reactores de las reservas de energía, las presas y las hidroeléctricas siguen encendiéndose. Primero fue la electricidad, después la represión y el control. Luego la conexión a internet, al micelio.
La velocidad de sus pasos marcaba la transición hacia otra era y configuraban el acceso a una nueva forma de conexión. Ya no sería necesaria la mediación del hombre. Ni módems, ni antenas, ni empresas de información digital. Cada árbol, cada planta, cada bejuco que recibía las esporas a su paso, serían un portal. El micelio dominaba. Lo que antes susurraba a la sombra de los árboles, de los hongos y de los procesos biológicos más sencillos, ahora rechinaba y gritaba con furor: «La red ya no es nuestra, somos la red. El micelio nos habita y habitamos el micelio», gritaban familias enteras entre las montañas de Corinto, Cauca; otras familias en las inmediaciones del Nevado del Huila musitaban con sorpresa; algunas más, en el camino entre La Plata y San Agustín, solo se quedaron en silencio. En conversaciones con delicadas esporas micélicas, las mujeres del campo se acuestan sobre la tierra para escuchar los secretos que ese nuevo cordón umbilical de micorrizas y redes les revelaba para el cuidado de futuras crías, alimentos y animales.
Miles de personas celebran su intersinestecia. Pese a sus articulados gestos de incredulidad, vociferan sobre la presencia de un ser que activaba la conexión a internet y a algo más. Una Quimera que, tras su paso y brote de esporangios, les vuelve parte de algo más grande.
En muchos idiomas, creencias y formas, se habla de una nueva sensibilidad y conciencia ambiental. Las niñas conversan de sus redes micélicas con naturalidad, cuidadores de la tierra y de la vida activan ambos portales al servicio de sus familias y comunidades. La información para el florecimiento de las artes y oficios se acceden en igualdad. Individuos de todos los biomas aclimatan sus saberes, cosechan y comparten nuevos conocimientos, sin ataduras y sin restricciones. Se conocen las fórmulas para controlar plagas, todo por fuera de los imperios y grandes señores de las semillas, se hacen ensayos y experimentos para acabar con la hambruna en el mundo…
Bastaba con estar cerca del camino de Kimera o de sus dejantes esporas para obtener una conexión perfecta con cualquier dispositivo electrónico o con inéditas funciones cerebrales. Al fin era posible acceder a la nueva conciencia, a epifanías y a visiones especiales que alteraban la percepción de la realidad del mundo exterior y empujaban cambios en la sensibilidad de los órganos de los sentidos. El frío de tantos amaneceres y del viento en las altas montañas entre los Andes, los Urales y Nepal, se sentía menos metálico y doloroso.
El frío de tantos amaneceres y del viento en las altas montañas entre los Andes, los Urales y Nepal, se sentía menos metálico y doloroso.
Movimientos, grupos transhumanistas y antimáquinas, las comunidades agradecidas le siguen la pista para cuidarle y celebrarle. Esconden sus pasos y su identidad. Coaliciones nueva era se reúnen para reinventar el anonimato de su Kimera, Chimera, Chimère, Chimär, Khimaira. Trabajaban en comunidad para custodiar del resurgimiento del nuevo orden y de sus retoños micélicos. Se unen para desafiar los antiguos poderes, los mismos responsables de las sequías en sus campos, de las pérdidas de sus cosechas, de los cientos de suicidios por el desánimo y el desasosiego de familias enteras que, buscando un porvenir, cambiaron heladas por deudas para calentar sus cultivos, asegurar sus frutos, salvaguardar su pancoger y el usufructo que les daría el sustento en sus comunidades.
Ambientalistas puristas defensores del cuidado, llamados por sus contendores: obstruccionistas del desarrollo, alzaron sus banderas verdes alrededor del mundo y dedicaron su cuidado al retorno de la interrelación de los seres con el medio ambiente. Ejecutaron acciones para asegurar su paz, diseñaron tecnologías naturales para reproducir la autopoiesis de Kimera y para amparar su nueva forma de vida, para proteger aquella descendencia que también se había vuelto un objetivo de contienda.
Unes buscan a un Lucifer o a una Lilith para quemar y los otres buscan a un demiurgo para levantar iglesias, sinagogas, o mezquitas para adorar. La humanidad dentro y fuera del micelio conspirando. La humanidad fuera del aliento de la Kimera, siendo ella misma. Al final de cuentas, la humanidad cuidando sus intereses y el micelio también.
En contra del espanto y del descontento del Estado, de los clérigos, de las universidades y de los principales aparatos de control social, la interasinestesia trasegaba sin que nadie pudiera desconectarla…
*
2046
Los diálogos inenarrables y el mágico enraizamiento de estas dos redes le excitaban a un sosiego anterior, le insinuaban emociones como las que el aire del Selvatorio.
Sentía, por ejemplo, que cada nueva conexión no era un chillido, como lo había percibido antes, sino un impecable latido lleno de contribuciones químicas que le exhortaban a morar insólitas sensaciones en consonancia con sus linajes de hifas, bellos y fibras ópticas.
La alquimia se dispersó. Retumbaron las máquinas y las unidades especializadas en su búsqueda. Una luz cegó su descanso en las entrañas del desierto subsahariano. Le inmovilizaron y le ataron de principio a fin. Con miles de punzadas intentaron arrancarle pedazos de su piel. Hurgaron sus vísceras y, en una intervención rápida, su cuerpo fue sometido a biopsias interminablemente dolorosas. Le robaron los tejidos internos de sus órganos, entraron por sus orificios y se llevaron sus pedazos. Taladraron su tez con unas agujas de punta doble, buscando por cuantos caminos fuera posible una muestra de su ADN o de cualquier partícula inimaginada que les diera rastros de su transformación. Investigaban toda la información posible para poder descifrar los códigos celulares que necesitaban para entender su metamorfosis.
Escarbaron tanto en busca de “la semilla”, que su maltrecha intersinestecia congregó con ánimo vertiginoso a sus adentros micélicos y sintéticos en búsqueda inmediata de los remedios más sutiles y provechosos para regenerarle y, como un sistema autopoiético con capacidad de reproducirse y mantenerse por sí mismo, Kimera precipitó su defensa y consiguió recomponerse de los daños y dolencias que le habían dirigido para volver a desaparecer.
Reconoció el sonido de los aparatos que aplicaron la intromisión, rememoró el olor de los decretos que les habían sido proferidos antes de enviarles en su encuentro.
La voz de su ciborgninfa no desaparecía. Escucha su llamado. Ella le iba guiando y Kimera recorría el camino tal como se lo indica. La escuchaba:
*
2023
— Una misión.
Todo se detuvo con esas palabras. Los hongos y la meditación habían decodificado una puerta. Kimera la había usado para descubrir un nuevo camino de ser, hacer y sentir.
Su ciborgninfa le hablaba de su poder, le enseñaba a entender sus capacidades, le inducía a conexiones interiores, a entender sus instintos.
— ¡No puedes dejar todo lo que sabes y todo lo que eres!
— Confía tu renovación a las guardianas, a las curanderas plantas y diosas que llegan a tus sueños.
— Deja que los rayos de luz se expandan y curen tu cuerpo electrónico.
— Consagra tu experiencia al servicio del micelio.
— Morir, podrirse y renacer son el ciclo de la vida, la destrucción y la creación.
— ¿Qué sería de la tierra sin los hongos?, ¿de la sagrada putrefacción que todo lo renueva? ¿que lo transforma?
— ¡Tú, eres el camino y quien lo anda!
— ¡Lo que debía quedarse está floreciendo, y lo que debía irse, abona a lo que estamos creando!
— ¡Tienes una misión!
Kimera se rindió a los experimentos e intervenciones en el Instituto de robótica casi 10 años atrás. Al principio, todo había comenzado como una forma de reemplazar un par de dedos perdidos en una práctica fallida, luego avanzó como una peste medieval por todo su brazo hasta llegar a implantar chips y neuroconexiones sintéticas para optimizar sus formas de conexión a internet.
Como Víctor Frankenstein engendrando a su monstruo, el encierro y la locura enardecieron sus largas jornadas de experimentación, con la obsesión de la idea de descubrir nuevas conexiones a la red sintética.
Se convirtió en parte ser humano y parte máquina. Llegó a rechazar la mitad de su cuerpo ciborg. La ciencia, a la que se había entregado como al amor de su vida, se le hizo una amante inmoral e injusta. Le parecía insostenible someter su naturaleza a la maratónica locura por perfeccionar a la especie y conectarla con las redes de internet, de hacer de internet un nuevo órgano para la humanidad.
Optó por escapar y redimir su anatomía ciborg. Se rindió a los ritos y a las creencias naturalistas, a ceremonias primordiales y ancestrales para apagar el procesador en su cerebro. Quería reconectar su conciencia por los caminos de la experimentación etnobotánica.
Kimera aprovechó las largas sesiones con su ciborgninfa para probar con cuál de esas plantas que las diosas le ofrecían, podría acelerar el reverdecimiento y la renovación celular que tras largas alucinaciones, pintas y viajes, le permitieron aterrizar en la emancipación de aquellas aparatosas entidades químicoalatadas que, como organismos autónomos, habían transformado la biodinámica de su cuerpo y de su mente para dar paso a un ser anquilosado por la pesadez artificial.
Como parte de su trabajo etnográfico y de sus largas contemplaciones místicas, se rindió ante los secretos y las promesas de una sinnúmero de infusiones herbales, bebedizos y pócimas, muchas de las cuales, contenían los misterios para expulsar de su cuerpo los espíritus de aquella fisonomía con la que intimaba.
Se alejó de los carros, las autopistas, los premios de ciencia, los laboratorios, las bases de datos, de los sujetos de prueba…
En su nueva vida como anacoreta, en lo profundo de su Selvatorio, en la Amazonía, limitó su contacto humano. Solo veía a una persona con la que intercambiaba alimentos y algunos elementos básicos para su supervivencia. Disfrutaba de la compañía de chinches, pulgas, boas, tigres y jaguares. Ellos le cuidaban en esas meditaciones y viajes profundos y custodiaban los pensamientos y diálogos que atravesaban su cerebro durante largas jornadas de experimentación.
— ¿Quién eres?
— Soy todas las cosas.
— ¿Por qué estás en mi cabeza?
— Porque estoy en todas partes, también estoy a tú lado.Tenemos una misión.
— ¿De dónde vienes?
— De ayer, de mañana.
— ¿Alguien te ha enviado?
— Sí, todo esto a lo que te estás conectando ahora.
— ¿Nos habíamos visto antes?
— Hace poco, dentro del servidor donde registraste tus experimentos biomecánicos.
— ¿Cuál es la misión?
A cambio de sus experimentaciones, algo empezó a habitarle. Su parte ciborg y su corteza cerebral comenzaron a ser conquistadas por la espora de un extraño hongo, ni siquiera registrado en los libros de botánica y micología existentes, que crecía en lo más profundo de la selva.
Ritos y ceremonias delirantes con su ciborgninfa transgredieron la línea entre el pasado, el presente y el futuro.
Kimera, convirtió su cuerpo en el crisol para esta alquimia, descubrió y desentrañó los misterios de este extraño hongo; cualidades psicoactivas, visionarias y medicinales, ¡regeneradoras de tejidos!, ¡de circuitos! Descubrió en ellos el consuelo y la cura para formatear y sanar el dolor del desapego por su cuerpo y su mente ciborg.
Junto a la guía de su ciborgninfa, hierofante de este milagro, lentamente conciliaba su anatomía. Práctica tras práctica, sin saberlo, el hongo se alojaba, enraizando una colonia en sus partes internas.
*
2043
Afuera de esa ensoñación, la mañana estaba fresca y extrañamente silenciosa. El Selvatorio, expectante. El señor Prieto tocó la puerta del habitáculo donde Kimera descansaba. El intercambio era rápido, las palabras, cortas y sencillas. El encuentro sucedía una vez cada mes.
El señor Prieto dejaba en el suelo algunos anzuelos, velas, harinas, fósforos y, finalmente, café: algo que Kimera no había podido dejar atrás de su vida de laboratorio. A cambio, él recibía un mercado, que vendía en el centro de Leticia, a muchas horas de distancia. Eran algunos condimentos, especias y hongos comestibles que Prieto solo había visto en ese lugar y que, creía, solo Kimera podía encontrar. Cada vez que se encontraban se saludaban de manera cortés, no había intercambios de noticias, ni charlas sobre el clima. Sin embargo, aquel día, al sentir la presión por el silencio de la selva en ese momento, como si tuviera que aguantar la respiración mientras algo pasaba, Kimera extendió su mano para despedirse del señor Prieto, quien extrañamente respondió el gesto. Solo bastó este instante.
Ahora, las esporas estaban en manos del señor Prieto, empezando un viaje de cientos de kilómetros. Tendría que pasar por muchas manos, quizá a través de miles de personas, hasta llegar al procesador central de la inteligencia artificial, rectora de la experimentación con ARX-KONEX-10N.
Hasta que llegó. De sus dedos, pasó al teclado del procesador central de la inteligencia artificial del Laboratorio principal del Grupo de Bioingeniería Ciborg de Industrias Sustentables S.A.S., incrustando los datos de 25, el sujeto de prueba idóneo para el experimento.
Mientras Kimera recibe el llamado para cumplir su misión, el hongo muta dentro de la máquina, ata los cabos de su conspiración. Nunca fue su decisión: el micelio y sus deidades le usaron para ejecutar su plan y para instalar el nuevo orden.